jueves, 11 de septiembre de 2014

Zacarías Marco. Apertura de la tertulia 54 sobre el relato No solo en Navidad, de Heinrich Böll

El cuento No sólo en Navidad fue leído por Heinrich Böll en una reunión del Grupo 47 en noviembre de 1952. Böll formó parte de este movimiento literario alemán que se propuso escribir sobre la problemática situación de la posguerra. Por ello este cuento tiene la urgencia de una intervención sobre la realidad presente. De ahí quizás el empuje, incluso el forzamiento de obligar a ver, que el texto explicita. Con ello voy a comenzar.

El narrador de No sólo en Navidad mira, o más bien, espía dos veces por una rendija el interior de la casa de su tío. Se trata primero de la rendija de la cerradura, después, de la rendija de una cortina. Lleva hasta ese extremo su curiosidad y, con ello, nos hace naturalmente sus cómplices. Sucede al principio, cuando es sorprendido, al acercarse a la casa de su tío, por unos cánticos navideños fuera de época, avanzado el mes de marzo del 47. Y se repite al final del relato, cuando se acerca a observar la estampa última en la que culmina la deriva loca de la familia. El primer descubrimiento fue hasta divertido, el último es, sin embargo, pavoroso. A través de la mirada ha irrumpido lo grotesco y nos confiesa no poder soportarlo. De alguna manera él es nuestros ojos. Conviene, pues, detenerse primero en el hábil lugar en el que el autor coloca al narrador.
El narrador es un miembro de la familia retratada y defensor de una ética tradicional, pero no pertenece a su núcleo más directo. Ocupa, como sobrino, un lugar ideal para conducir al lector al descubrimiento del desastre. Forma parte, además, de los que no atendieron las señales que anunciaban la tragedia, colocando así, el autor, el tema de la responsabilidad colectiva en el centro del debate. El narrador está obligado a dar cuenta de lo que no se quiso ver. Hay una responsabilidad en ello porque sí hubo quien, ya desde un principio, se percató de lo que ocurría y actuó en consecuencia, rehusándose a participar. Se trata del excéntrico y piadoso primo, Franz, que va a poner el dedo en la llaga al calificar los hechos como abuso. “Franz nos previno con tiempo”, confesará el narrador, cerrando el magnífico primer párrafo. El escritor explotará este hábil lugar del narrador para desplegar con fino humor la descripción de los acontecimientos. Unos acontecimientos que, siendo imprevistos para éste, no debieron serlo.

El diálogo inevitable que como lectores establecemos con los cuentos nos lleva a producir interpretaciones. Finalmente uno acaba priorizando ésta o aquélla. No creo que se trate de elección, más bien sería un reconocimiento o una construcción que trata de mitigar, nombrando o evitando, la afectación producida. El cuento No sólo en Navidad no presenta inicialmente grandes dificultades. Creo que, en sus líneas generales, será fácil que coincidamos, pero casi me parece más interesante mostrar el camino que nos lleva a tal o cual interpretación. En mi caso, creo que me dejé guiar por el particular y reiterado uso de lítotes, de atenuaciones destinadas a intensificar y focalizar nuestra atención, en general mediante el uso de dobles negaciones implícitas. Pensé en ponerlas en serie para ver si respondían a la misma lógica. Entremos un poco en el detalle. Con las tres primeras será suficiente. La primera aparece en la segunda frase del texto, el narrador va a calificar los síntomas de decadencia, y nos confiesa no atreverse a emplear aún la palabra “desastre”. Además, ese “aún” juega también su papel al abrir una brecha temporal que desdobla la referencia al desastre. Retomaré la temporalidad más adelante. De momento, fijémonos en el núcleo del uso de este tropo, en ese no me atrevo a emplear, primera negación, que precede a la palabra cuya negatividad es sólo implícita, “desastre”. ¿Qué consigue? ¿Qué muestra? Escoge la figura literaria que muestra el velo, apuntando así a la verdad. Y lo consigue precisamente porque respeta la naturaleza de ésta, de la verdad, su carácter necesariamente velado, cuya búsqueda provoca un movimiento de vaivén, un juego de des-ocultamiento que no puede terminar de ejecutarse, que no alcanza una meta. Otorga así a la palabra “desastre” una consistencia especial, única.

Más adelante, vuelve con el mismo procedimiento una segunda vez, cuando nos dice no querer fastidiar al imaginado lector con la descripción de determinadas cosas poco agradables, refiriéndose a la guerra. Se ve guiado, en este juego de ocultación que des-oculta, por un decoro que ha sido, no obstante, puesto bajo la lupa causal del horror de los acontecimientos. Así, leíamos ya en el primer párrafo: “El moho de la destrucción ha anidado bajo la tan espesa como dura costra del decoro…” Concluimos del uso de esta segunda lítotes (no quiero fastidiar…) que el camino por el que opta el autor, Böll, es el de molestar: es preciso fastidiar y saltarse a la torera la costra del decoro, es preciso molestar a esta sociedad que pretende olvidar su pasado, la guerra. Y un poco más adelante veremos confirmada esta interpretación cuando insiste que tendrá que callar la intensidad de los bombardeos para evitar el peligro de hacerse antipático, añadiendo, con fino humor, que sólo advierte del aumento de su frecuencia. Misma maniobra literaria destinada, una vez más, a situar ahí el foco de atención. Hay algo que no se permite decir, que se quiere ocultar, y esto trae consecuencias. ¿Será una de estas la repetición de los horrores? ¿Tratará Böll de colocarnos frente a una sociedad que continúa las funestas dinámicas del pasado más reciente?

Podríamos hacer una primera lectura del cuento que apuntaría a mostrarnos el irónico retrato de una familia tradicional, y claramente por extensión, de una sociedad, que se niega a reconocer el reciente desastre de la guerra. Este desastre negado adquiere precisamente su peso por ser negado, una negación encaminada a velar la responsabilidad en lo acontecido. Entonces la palabra desastre puede dar el salto temporal, –en el texto mismo, recordemos el uso de aquel “aún”–, y referirse a la metamorfosis producida en la familia, metamorfosis que somos obligados a presenciar, precisamente por haber apartado la vista de aquel desastre inicial. Se trata, pues, de desvelar el desastre inicial a partir del desastre final. Es en este trastocado tiempo segundo en el que vivimos, un tiempo cuya marca remite a un pasado. Tenemos, entonces, un desastre actual bajo la forma de una mueca, de una deformidad, del siniestro efecto de irrealidad de una familia sumida en un interminable ceremonial, cuyos protagonistas terminan siendo sustituidos por dobles. Una familia, o una sociedad, que no ha asumido su pasado, provocando una deriva que altera el marco mismo de la temporalidad.
Veamos qué vía de expresión toma en el texto. El desencadenamiento de los acontecimientos se produce cuando la tía se niega a prescindir del velo con el que ella tapa toda realidad. Digamos que convierte la excepción y lo que esta representa, en norma, en un continuum, en una repetición sin salida. Árbol de navidad, tintineo de los doce enanitos, ángel susurrando “paz, paz”, cántico navideño. Ceremonia en bucle, mundo sin falta donde sólo podrán vivir los definitivamente tarados, los que se creen su papel, ella y el anciano párroco. Del “sólo en Navidad” hemos pasado al “no sólo en Navidad”; de la excepción del goce, al goce como ley. Sí, no se trata solamente de no querer ver, se trata del ejercicio continuado, como señala el primo Franz, de un abuso. La tía ejerce obstinadamente este abuso, para ella es preciso someter a todos a este juego. Al menos a “los nuestros”, dado que en los márgenes siempre puede quedar esa marginalidad que compacta el grupo. Como veíamos, una vez más, el autor apunta a la responsabilidad de aquellos que se someten.

No voy a extenderme sobre las derivas de los personajes. Sobre su situación inicial ya insinúa el autor lo suficiente cuando dice no querer exponer aquí los pecados políticos de sus parientes. Abiertamente, su nazismo. Tampoco me detendré en los pecados económicos. Sí me gustaría, en cambio, apuntar algo sobre la figura del colaborador necesario. No olvidemos que Böll no deja a la tía sola, otra figura tan fuera como ella del devenir de la historia la acompaña. El católico escritor no se olvida de dar así un zarpazo al colaboracionismo de la jerarquía católica. ¿Cómo interpretarlo? Es posible que Böll quisiera retomar la combativa actitud de Franz, el boxeador incomprendido; algo de ello se entrevé al inicio del texto, se trata de cómo aunar piedad y lucha, un asunto a repensar, anticipando polémicos posicionamientos de Böll en el futuro. Al contrario que Franz, el escritor optará por negarse a colgar los guantes. No obstante el interés de estos temas, lo que finalmente más me atrapó fue el aspecto literario, la manera de mostrar la deriva, sobre todo el papel que juega en el relato el perfeccionamiento de los mecanismos.

Antes de mostrarla me gustaría decir algo sobre la fecha elegida, ese punto de fractura de la historia y de la temporalidad misma, producido justo el día de la Candelaria. La fiesta de la Candelaria conmemora originariamente en el calendario cristiano la Presentación de Jesús en el Templo. Esta fecha, el 2 de febrero, pone fin al período navideño, transcurridos 40 días del nacimiento de Jesús. Para lo que nos ocupa, quizás no sería erróneo pensar que esta fecha supone un modo de entrada en sociedad, algo que pone un límite claro a la, hasta entonces, exclusividad del vínculo familiar del recién nacido. El 2 de febrero marca un cambio de época, anunciando un renacer futuro. Constituye el fin de la excepcionalidad y es por ello el día del arrebato de la tía. Enemiga de toda diferencia, de toda novedad, ella se niega a salir del letargo navideño. Quizás no resulte sorprendente que esta fecha fuera la elegida para el curioso ritual del día de la marmota, costumbre al parecer originariamente ligada a granjeros alemanes, popularizada tras su emigración a Norteamérica. También puede no ser del todo casual que la deriva de la familia, que es un verdadero trastocamiento en el orden de la temporalidad provocado por la no asunción de algo traumático, se produzca de una manera que recuerda a la conocida película Atrapado en el tiempo.

Retomo ahora el aspecto más puramente literario de esta deriva. No sólo en Navidad es un cuento de Navidad transformado en cuento de terror siguiendo los conocidos pasos de Hoffmann, sobre todo en dos aspectos esenciales. Ambos articulan una pregunta sobre lo vivo, ¿qué da vida a lo vivo?, pero se percibe que hay algo más, un excedente que desborda esta pregunta. Tenemos primero lo referente a los extraños mecanismos que animan los adornos navideños, mecanismos que les dan esa extraña vida. Algo que atrapa al observador, capturando su mirada, haciéndola objeto y devolviéndola como tal desde la escena. Y tenemos también, todo un despliegue de la figura del doble, en forma de sustitutos, que se va apoderando, poco a poco, de toda la estampa familiar. Ambos referentes de Hoffmann se articulan en este relato de una manera harto singular, donde la figura del doble es introducida siguiendo paso a paso el perfeccionamiento de un modelo mecánico. Hay, en el camino hacia el simulacro, un juego de ensayo y error, de progreso en el vaciamiento de la vida, que culmina en la introducción de las figuras de cera que sustituyen a los niños. La pavorosa metamorfosis ha concluido. No se puede olvidar que se trata de una nación, la alemana, que presume de ser sistemática en la ordenación y realización del trabajo. El tío Franz es buen ejemplo de ello. Naturalmente, es el éxito del mecanismo lo que termina provocando el horror, el sentimiento de lo siniestro, de lo unheimlich, especialmente al conservarse inmodificado el personaje que representa la negación por excelencia, la tía Milla. Personaje cuya felicidad depende, justamente, de evitar el surgimiento de lo diferente. Ella encarna a la perfección el “lo mismo”. Nada nuevo debe acontecer. La repetición de la mentirosa estampa navideña, cuyo emblema máximo será la cantinela tecnológicamente milagrosa que vela el horror, “paz, paz”, ha de sonar sin interrupción. No obstante, ese “nada nuevo debe acontecer” no hace sino provocar los monstruosos retornos que eclipsan nuestro presente.

Zacarías Marco

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