lunes, 27 de mayo de 2013

Austerlitz o la memoria en Europa. Miriam Chorne abre la reunión de LITER-a-TULIA dedicada a la novela de W.G. Sebald

                                                        
                                         “Todos sabemos que, en su curso habitual,la vida no se detiene demasiado ante los cadáveres que produce. El pez grande se come al chico -o incluso, una vez  muerto no se lo comes. El movimiento de la vida nivela lo que luego abolirá, y saber cómo se memoriza una muerte plantea un problema, aunque esta memorización permanezca en cierto modo implícita, o sea, es propio de la naturaleza de la memorización que el hecho sea olvidado por el individuo, trátese del asesinato del padre o del asesinato de Moisés. Es propio de nuestra mente olvidar lo que sigue siendo absolutamente necesario como clave, como eje alrededor del cual ella misma gira.”
                                                         Jacques Lacan, Seminario V, Las formaciones del inconsciente
                                                            
      

           Austerlitz es una gran novela, que como las que son de verdad grandes crea su propio mundo.
            
La anécdota, el argumento, no sé bien como llamarlo, se ocupa de un hombre que ha perdido todo: su familia, su tierra, su lengua y hasta su propio nombre, cuando en la búsqueda de salvarlo su madre lo envía al exilio en un Kindertransport. Es adoptado a los 4 años y medio por una pareja, un ministro metodista y su mujer, un matrimonio desgraciado, que vive en una casa fría, sin muebles y triste. El libro   cuenta la conversación que mantiene ese hombre con el narrador, durante muchos años, y a través de la cual conocemos los esfuerzos inmensos que ha hecho por saber quién es, de dónde venía, al mismo tiempo que manifiesta la dificultad para que lleguen a su consciencia las huellas de su pasado.

Su historia es a la vez extremadamente singular y universal. Traza delicadamente las conexiones entre su biografía y la historia de Europa. En particular, la invisible presencia de los campos de concentración de los que Sebald dijo que no se podía escribir directamente.

Lo hace de un modo oblicuo y muy original a través, por ejemplo, de la investigación sobre la arquitectura. Por medio de un estilo peculiar, que aproxima su literatura a la de Joyce, consigue que como en los sueños, esté hablando de la construcción de una fortaleza, de sus planos, y al mismo tiempo resulte presente para nosotros, en la periferia, que ese edificio fue un campo de concentración. En un mundo tan habitado por fantasmas como por presencias vivas, descubrimos en las piedras o el cemento las huellas de las vidas, el dolor por ejemplo de los prisioneros.  Nos transmite agudamente el recuerdo en el caso de Jean Amèry de la espantosa cercanía entre víctimas y torturadores.

A su vez este recuerdo obsesivo de la destrucción que llevan en el interior los edificios le sirve para ocultar sus propios recuerdos, es como una muralla, una fortaleza contra la memoria de sus pérdidas.

Utiliza un género: documentary fiction que le permite capturar elementos irreconciliables. Es un género que encuentra hoy una gran recepción, seguramente porque permite dar una complejidad, hablar de aspectos de la historia individual y social inconciliables, de una manera y con una fuerza que no es posible alcanzar con la pura ficción. Están pasando en este momento en los cines “Searching for Sugar Man” un documental extraordinario, que aprovecho para recomendarles, y construido un poco como este libro según el topos del viaje y la investigación.

En la transcripción, que figura en la contraportada, de una crítica de The Times se compara el libro de Sebald con la odisea. Sería el viaje de Ulises a través de los años oscuros de la historia europea.

Recuerdo que en una entrevista que le hicieron a Roberto Bolaños decía que este es un género muy agradecido porque la estructura o falta de estructura del libro en relación a los cánones clásicos se esfuma al recibir el libro su organización de la misma investigación. También W.G. Sebald como Bolaños se sirve de esa forma para construir su texto a partir de desechos, de restos, trozos de real que se unen de una manera extraña. Más verdadera que si nos hablara de forma directa del mundo de segregación y del velo que sobre el mismo se ha querido arrojar a lo largo de la historia de Europa. Ellos, los restos o trozos de real son tanto o más importantes que la historia misma de Austerlitz.

Un buen ejemplo de este recurso lo encontramos en el final del libro cuando el protagonista le cuenta al narrador la infructuosa búsqueda de las huellas de su padre desaparecido en París tratando de escapar del exterminio nazi.  Con humor a la vez seco y travieso, Sebald describe la nueva Biblioteca Nacional Francesa diciendo que “ese edificio, inspirado evidentemente, en su monumentalidad, en el deseo del presidente del Estado de perpetuarse y que, como me di cuenta ya en mi primera visita,dijo Austerlitz,en todas sus dimensiones exteriores y su constitución interna, es contrario al ser humano y de antemano intransigentemente opuesto a las  necesidades de cualquier lector verdadero.” Y añade “Cuando estuve por primera vez en la cubierta de paseo de la nueva Biblioteca Nacional, necesité algún tiempo para descubrir el lugar desde el que los visitantes, por una cinta transportadora, son llevados al piso bajo, (...) Ese transporte descendente -después de haber subido con el mayor esfuerzo a la meseta- me pareció enseguida algo absurdo, que evidentemente -no se me ocurre otra explicación, dijo Austerlitz- tiene por objeto deliberado infundir inseguridad y humillar al lector, sobre todo porque el viaje termina ante una puerta corredera de aspecto provisional, el día de mi primera visita cerrada con una cadena atravesada, en la que hay que dejarse registrar por personal de seguridad semiuniformado.”

Esta descripción nos resulta reconocible porque cada uno de nosotros ha experimentado esa mentalidad de vigilancia que domina en la sociedad actual. Y este reconocimiento nos lleva a descubrir que esa forma de pensamiento -que llevó en su forma exacerbada a la construcción de los campos de concentración y de exterminio- es aún capaz de diseñar en el presente la misma clase de edificios. Y que en todos ellos, por igual, coexiste una “disfunción crónica y una inestabilidad constitucional”.

Su literatura también se acerca a la de Joyce por su estilo digresivo, sin parágrafos. El fluir de la conciencia que también nos recuerda a un proceso psicoanalítico, une hechos y ficción. Por otra parte la utilización de las fotografías que no tiene una función ilustrativa va en cambio reforzando el tono melancólico del relato. Los temas de la relación entre la verdad, la verosimilitud, la realidad surgen de la propia técnica narrativa que enfatiza la conjunción de lo visual y lo verbal creando un paisaje textual que ha de ser percibido.

El personaje que conoce muchas lenguas europeas lleva hasta el estallido los mitos de identidad de las lenguas, crea una asamblea de discursos que confluyen en su propia subjetividad fragmentada. Es la misma sensación que nos transmite cuando habla de la música que producía la troupe del circo que había colocado su carpa detrás de la Gare d' Austerlitz, al final del libro. “Tampoco sé ya lo que me recordaron los sonidos producidos por aquellos músicos, que sin duda no sabían leer una partitura. A veces me parecía como si escuchara en su música algún himno litúrgico galés hacía tiempo olvidado, otras veces, muy suaves y sin embargo vertiginosos, los giros de un vals, un motivo tirolés o el paso arrastrado de una marcha fúnebre, en la que los que escoltan el féretro suspenden un momento el pie en el aire a cada paso, antes de posarlo en el suelo. Lo que ocurrió dentro de mí cuando escuché aquella música nocturna totalmente exótica, extraída de la nada (...) no lo comprendo aún, lo mismo que, en su momento, no hubiera podido decir si el pecho se me encogía de dolor, o por primera vez en mi vida, se me henchía de felicidad. Por qué determinados timbres, oscurecimientos de tono o síncopas lo afectan tanto a uno, a alguien como yo, básicamente poco musical, no lo entenderé nunca, (...).”

Es la historia de un ser trastornado, desarraigado, que no puede encontrar su hogar en la tierra o que peor aún en el mismo hogar encuentra lo siniestro, como bien lo enseña Freud en su análisis de las significaciones contrapuestas presentes en lo heimlich. El libro nos habla de varias crisis psíquicas de cierta gravedad que son sin duda, el precio del olvido y la destrucción de sus recuerdos. Son también la manifestación de una cultura de la destrucción, de la pulsión de muerte desatada y de su perduración mucho más allá en el tiempo y en la subjetividad humana.

Miriam Chorne

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